Tonchin llegó a la Ciudad de México para convertirse en parte permanente del paisaje gastronómico capitalino. ¿Cómo? Con una propuesta donde el ramen tradicional se da la mano con enfoques modernos, diseño acogedor, atmósfera seductora y una ubicación de primera. Sigue leyendo para saber dónde está y por qué entrará en la parte alta de tu ranking de restaurantes.
Hace años que la escena gastronómica de la Ciudad de México comenzó a crecer hasta convertirse por sí misma en un destino dentro de la capital. Un panorama en el que el talento de chefs nacionales se mezcla con el internacional, y donde nuevas propuestas conviven con restaurantes renacidos y conceptos de otros países que se trasladan aquí. Con una oferta cada vez más diversa y un público más conocedor en busca de opciones novedosas y satisfactorias, no es sencillo instalarse en el gusto de los capitalinos —mucho menos mantenerse en él. Con todo, Tonchin parece tener lo necesario para convertirse en uno de los favoritos en la CDMX y no de manera fugaz.
Se trata de un restaurante que replica un concepto que antes triunfó en Tokio, Nueva York y Los Ángeles, con el ramen como especialidad y principal carta de presentación, pero lejos de ser la única con la que los comensales podrán deleitarse. Y no utilizo esta palabra a la ligera: los platillos son un verdadero deleite. Ya hablaremos más adelante de algunos de ellos.
Junto con eso, uno de los puntos fuertes para augurarle al restaurante una estancia permanente en la capital tiene que ver con su ubicación, en una de las avenidas principales de la Ciudad (Paseo de la Reforma 380, Juárez). Céntrica y atractiva, la zona atrae a un buen número de visitantes todos los días, tanto locales como turistas. Ninguno de ellos se sentirá defraudado con el lugar en todo sentido, tanto por el menú como con el establecimiento en sí mismo.



Tonchin tiene también a su favor el nada despreciable favor de la primera impresión. Está incrustado en la parte baja del edificio, lo que le confiere un aire underground, hasta de speakeasy que se nutre por la iluminación y que me recordó a ciertos clubes de jazz de Japón; por momentos te produce incluso la impresión de estar entrando en una escena de Lost in Translation.
Ese encanto inicial continúa con la atención de todo el equipo, que no se limita a conducirte a tu lugar y ofrecerte el menú, sino que brinda una explicación amable y completa de la propuesta del lugar y sus platillos, con detalles que anticipan fielmente lo que probarás y te ayudan a hacer la mejor elección. Aquí es donde radica el argumento más poderoso de Tonchin para establecerse como parte permanente del paisaje culinario de la CDMX.
El ramen es su fuerte y se debe en buena medida a sus fideos artesanales, preparados diario en una cámara con condiciones controladas para garantizar su frescura y la textura deseada. Combinados con caldo de intenso umami, producen un ramen que honra la tradición japonesa al utilizar técnicas antiguas, pero que no descarta las visiones contemporáneas de la cocina mundial. Eso da origen a un menú global, que conserva en el núcleo la cocina japonesa, pero incorpora tendencias globales y es capaz de complacer a un abanico de paladares mucho más amplio. Pero el encanto del restaurante va más allá de las creaciones que salen de su cocina.



Aunque hoy el término “experiencia” se usa con cierta holgura, es justo reconocer que en Tonchin eso se cumple a cabalidad. Todo aquí contribuye a dar forma al concepto con el que la marca se ha posicionado en Nueva York y Los Angeles: Japanese soul food, que ellos explican como “comida japonesa reconfortante que nutre el cuerpo y el espíritu”. Se trata de una idea de que trasciende a la mesa, pues se materializa en cada parte que conforma tu visita: la forma en que te reciben, las explicaciones de platillos como shishito con umami, edamames con albahaca, las alitas curry con queso, gyozas crujientes y, como puntos sobresalientes para mí, el ramen picante y el tazón de atún con hojas de col para prepararte una suerte de tacos; la decoración del lugar con tonos neutros, en materiales como piedra, madera, mosaico, con acentos puntuales en azul o rojo que añaden un toque vivaz preciso sin romper el equilibrio; en los cocteles de la casa (mención especial para el Mikan Aperol y el Negroni de la casa, con gin japonés) que puedes disfrutar también en la barra del lugar, ubicada a la derecha enseguida que entras; y hasta en la selección musical —aunque he leído y escuchado un par de comentarios en contra del volumen, en mi caso no fue ningún impedimento para la conversación y sí un fondo agradable para la velada.



Todo ello construye un filtro fotográfico que se posa en Tonchin para lograr una atmósfera totalmente ajena a lo que ocurre afuera, sobre el bullicioso Paseo de la Reforma, y convierte cada uno de los tiempos en una escena de la película de tu visita. Y como disfrutar buena parte del menú consiguió lo que tantas veces parece imposible, que no llegara al postre (kakigori, una pequeña montaña de hielo raspado cubierto de matcha) puedo adelantar que la secuela está garantizada.