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LA CIUDAD EN TINIEBLAS

Por: Eduardo Venegas                        

Faltaban poco menos de 20 minutos para las 9 de la noche. Don Félix caminaba con paso incierto tratando de encontrar su camino hacia los escalones que bajan de la pequeña explanada hacia el estacionamiento para dirigirse a Paseo de la Reforma. Iba en una dirección equivocada y le costaba trabajo encontrar la correcta, aun con la ayuda de su bastón. Cuando me di cuenta, me acerqué para intentar guiarlo; lo saludé y aceptó mi asistencia. Me explicó que necesitaba llegar a la avenida para tomar un taxi que lo llevara a su casa, hasta Iztacalco, un viaje de alrededor de media hora, me dijo.

 

Había salido recién de una oficina de gobierno donde, en un horario vespertino, trabaja desde hace casi dos años -no quise preguntarle exactamente qué hace, pero me alegró que la dependencia brinde espacios laborales para personas invidentes y, además, de cerca de 60 años, como indican el rostro de don Félix y su pelo casi completamente cano-. Ofrecí ayudarlo a detener un taxi y sólo me pidió -comprensiblemente- que eligiera uno que diera confianza.

 

Mientras esperábamos, le pregunté si esa rutina se repetía diario, si alguien lo ayudaba a emprender la vuelta a casa, más allá de algún extraño ocasional: “A veces hay alguien, a veces no”. Supe que el viaje le cuesta alrededor de 80 pesos, lo mismo que el de las mañanas. Todos los días. Un gasto para el que no recibe subsidio alguno. Sin entrar en demasiados detalles, diré que tardamos cerca de 20 minutos en conseguir un transporte para don Félix, tanto por mi escepticismo como porque dos conductores de plano se negaron a llevarlo. Durante la espera, intenté ponerme en los zapatos de ese hombre con el que la casualidad me reunió esa noche. Confieso, no sin pena, que no lo logré. La situación me resultó demasiado abrumadora.

 

Mucho me gustaría saber cuáles son las propuestas que tienen los candidatos a gobernar la Ciudad de México para mejorar las condiciones de movilidad de las personas invidentes y otras que, como ellas, enfrentan desafíos adicionales todos los días para poder transportarse en una urbe de por sí caótica. Más aún: creo que deberíamos exigir que, dentro de los proyectos -en gran medida carentes de sustancia, de lógica y, casi siempre, de claridad- tanto de los candidatos de la ciudad como de los que aspiran a la presidencia, existan medidas concretas para mejorar el tema. Esas mujeres y esos hombres también forman parte de la población a la que aspiran a gobernar, esa gracias a la cual pueden vivir tan tranquilamente, sin tener la angustia de, por ejemplo, encontrar un transporte que, en la penumbra, los lleve de vuelta a casa, antes de reiniciar la escarpada rutina al día siguiente.

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